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A mi estimada Patricia





Siempre había sido considerada una niña muy graciosa, de ojos grandes y tez oscura. A sus cinco años de edad sonreía siempre a todo el mundo, se relacionaba muy bien con el ambiente y era muy curiosa. Se crió muy rápidamente y parecía que tuviera más edad de la que en realidad tenia. Mi única preocupación era su exceso de peso. Al nacer fue diagnosticada con un síndrome cromosómico que le alteró el metabolismo de los ácidos grasos y de los glúcidos, cosa que ocasionaba que al más mínimo aporte energético su organismo tendiera a acumular energía , enlenteciéndolo y creando depósitos lipidicos que le originaban obesidad mórbida.


Aunque era de naturaleza muy activa, su metabolismo era muy lento y aunque no consumiera grandes cantidades de alimentos, su peso siempre se mantenía por encima de los percentiles considerados como dentro de la normalidad.
A medida que iba creciendo su problema se acentuaba cada día más. En casa se encontraba protegida y cuidada de comentarios hirientes que pudieran lastimar su pequeña autoestima pero la situación cambió cuando tuvo que exponerse a comentarios ajenos en el colegio.
No sé quien de las dos lo pasó peor en sus primeros días de colegio. Si ella o yo.

En su primer día Patricia se mostró muy tranquila y serena ajena a las circunstancias y a los problemas que podían derivarse de su problema de obesidad. Natural como ella misma, se vistió con las ropitas y el uniforme que yo le preparé el día anterior, desayunó y salimos juntas hacia el colegio.



Las miradas y los comentarios hirientes hicieron su aparición. En esos momentos no supe que hacer, si llorar, reír o salir corriendo. Ella me miraba con sus grandes ojos verdes y reía, supongo que en cierta manera a ella le eran indiferentes pero a mí no.
Cada día que iba a buscarla al colegio rezaba para que no tuviera que enfrentarme a ningún tipo de comentario que pusiera a Patricia en una situación delicada. Pero cada día era la misma historia. Mi narración de la explicación de porqué Patricia pesaba el doble que sus compañeros de clase se hacía para mi eterna. No sabía cómo lograr evadir mis relaciones sociales. Pero la realidad era aquella y tenía que enfrentarla.
La situación es difícil cuando no sabes si tus cuidados de madre se ven pervertidos por tu ansia de protección originando problemas de adaptación a tu niña. Quizás la manera más idónea de enfrentarla hubiera sido aceptándola tal y como era, de manera natural y sin complejos. Pero yo había sido criada en una familia adinerada y refinada, donde la importancia del que dirán es la base  sobre la cual se articula toda tu vida.
Realmente no sabía lo importante que iba a ser para mí el aprendizaje con mi hija Patricia. Y cada día me sorprendo más con todo lo que he conseguido aprender de ella y como ha cambiado mi vida favorablemente tras estos años de lucha. La rabia que pudo manifestarse en Patricia hacia sus compañeros de clase, familia o amigos como la que yo albergaba en mi corazón hacia ellos, en ella, se vio trasformada por una energía limpia, renovada y con fuerza gracias al amor que ella creó hacia sí misma y hacia el deporte.




A sus seis años de edad las clases de gimnasia suponían para ella una vía de escape. Lejos de considerarlas aburridas, monótonas y motivo para avergonzarse debido a que  sus capacidades físicas se veían alteradas por su problema de peso, para ella significaban poder demostrar que era capaz de conseguir mantenerse en el mismo nivel deportivo que sus compañeros. Corría, saltaba y jugaba de igual manera que el resto de sus compañeros. Parecía que su organismo se había acostumbrado a soportar sus kilos de más y no mermaba su capacidad aeróbica y elasticidad.
A sus siete años era una niña muy guapa y presumida. Quiso apuntarse a clases de gimnasia rítmica. Como era de imaginar, no se pudo apuntar a ningún tipo de organización competitiva ya que no cumplía los estándares de talla y peso.  Se conformó con ir a ver a las niñas de su clase y cómo  participaban en competiciones de patinaje, gimnasia rítmica y danza. Patricia disfrutaba simplemente viéndolas participar, en ningún momento se comparaba con ellas, simplemente le gustaba ver los cuerpos en movimiento, libres y en gracia con la música.

Yo sufría hacia mis adentros toda la rabia y frustración de ver que mi niña no podía participar. Era
demasiado para mi autoestima tener que acompañar cada día a Patricia a las competiciones de sus compañeras y  darme cuenta que ,tanto ellas , como sus madres hacían alarde de lo bien que se les daba el patinaje y la danza. Creí que no podría soportarlo pero ver como Patricia disfrutaba viéndolas bailar y que aprendía los pasos para después practicarlos en casa ella sola, me daba fuerzas para seguir acompañándola. Habilité una habitación en casa para que pudiera practicar deporte lejos de las miradas de desaprobación sociales que pudieran alterar su autoestima.
A los ocho años de edad tenía una elasticidad y un movimiento corporal similar al de sus compañeras de clase, pero claro, no cumplía los estándares fijados para participar en competiciones de gimnasia rítmica. Sus movimientos estaban limitados por su exceso de grasa corporal y eso era demasiado evidente.
Yo pensaba que a medida que fuera creciendo y fuera dándose cuenta de que nunca podría alcanzar su sueño de poder participar en competiciones, dejaría de practicar la gimnasia rítmica. Pero gracias a Dios no fue así.
Cuando cumplió nueve años de edad, su peso triplicaba al de sus compañeras de clase y cada vez se le hacía más difícil mantener ritmos, pasos y movimientos. Creí que era el final para sus ilusiones pero algo cambió en su interior y en el mío también. A sus nueve años de edad se hizo mujer, le vino anticipadamente la menstruación. A partir de ese momento no quiso seguir practicando deporte. Pienso que fue la peor época de mi vida y creo que para ella también lo supuso.
Ya no disfrutaba viendo las competiciones de danza y baile por televisión y se negó en rotundo a asistir a las clases de gimnasia en el colegio. Fue entonces cuando su problema se le hizo presente. Hasta ese momento ella tenía esperanzas de que su cuerpo cambiaria y que podría alcanzar su sueño, pero ya se le hacía casi imposible moverse como antes. En varias ocasiones se fracturó y lesionó por caídas o pasos mal dados. Era desesperante verla una y otra vez levantarse caída tras caída.
Estuvo prácticamente un año sin hacer nada de ejercicio cosa que hizo aumentar su peso considerablemente.
Cuando cumplió los nueve años comenzó a tener un problema añadido de fracaso escolar. Su rendimiento escolar fue disminuyendo. Ya no mostraba interés ni por aprender ni por mejorar. La llevé a varios psicólogos y especialistas infantiles para que pudieran ayudarla en su problema , todos y cada uno de ellos me informaban de que lo más adecuado para su situación sería que cambiara de colegio y que fuera a uno adaptado a niños con necesidades especiales donde los tutores y psicopedagogos podían estar más pendientes de ella.
En un primer momento me negué en rotundo. No quería que mi niña viviera bajo el estigma de ser “especial” o diferente. Pero finalmente accedí  y fue la decisión más acertada que pude haber tenido dadas las circunstancias de nuestras vidas.
El colegio lejos de ser una institución cerrada, repleta de normas e inundada de estigmatizaciones sociales permitía cierta libertad a los niños. Los agrupaban de tal manera que hacía que ninguno de ellos se sintiera mal con el resto de compañeros. Los organizaban por características físicas y mentales para que tuvieran un crecimiento y aprendizaje similar. Patricia era muy inteligente, no tenía problemas de capacidad mental ni físicos, únicamente tenía un problema de adaptación al medio debido a su obesidad mórbida, situación que no había sido provocado por ella sino por el ambiente social en el que nos movíamos.
Su integración al nuevo colegio fue sin duda muy positiva. Formó parte de un grupo de su misma edad que tenían problemas similares de sobrepeso por diferentes patologías, donde se sentía cómoda e igual al resto de compañeros. El colegio disponía de un gran gimnasio y estaba constituido por un grupo de monitores y técnicos especializados en diferentes deportes.
Patricia comenzó de nuevo a practicar gimnasia con la diferencia que ahora podía realizarla libremente, de manera abierta al público y sin complejos.
Crearon un grupo de patinaje artístico donde niñas de su edad y con problemas de sobrepeso podían abrirse al mundo y disfrutar con lo que más les gustaba hacer: Bailar.
Con la ayuda de algunos padres, familiares y  amigos creamos una fundación deportiva para niñas y niños con obesidad y obesidad mórbida.
En esta fundación se aceptaban a los niños con necesidades especiales, se valoraba cada caso en particular y se les distribuían según capacidades físicas y preferencias.
Al poco tiempo ya disponíamos de varios grupos de diferentes modalidades deportivas; patinaje artístico, básquet, futbol y bailes de salón.
Se organizaban competiciones entre los diferentes grupos y el crecimiento del mismo fue espectacular. Niños y niñas de otros colegios que compartían algunos problemas de peso y dificultades de adaptación se acercaban a ver las competiciones y fueron apuntándose a los diferentes seminarios y grupos formados.
Patricia cada vez disfrutaba más del patinaje. Era asombroso verla deslizarse tan finamente y con movimientos tan perfectos pese a su obesidad.
A los once años ganó varias medallas y premios en su categoría. Su autoestima fue mejorando día a día. El amor hacia el deporte le supuso tener las fuerzas suficientes como para poder fijarse nuevos retos y nuevas metas que la hacían sentirse orgullosa de ella misma.
Gracias a su ilusión y entrega logró disminuir considerablemente su problema de obesidad, aunque sabíamos que nunca llegaría a conseguir una esbelta figura ni dejar atrás su problema genético.
El grupo de niñas formado se ayudaban mutuamente y se daban fuerzas para conseguir disminuir el peso y mejorar el rendimiento. Muchas de ellas lograron sus propósitos y consiguieron mantenerse en plena forma. Era admirable comprobar la fuerza y la constancia de las niñas. Fue un gran aprendizaje para todos.
Salían a correr, hacían natación, mejoraban en elasticidad y ritmo, actividades que realizaban  siempre acompañadas de una dieta equilibrada y adaptada a sus necesidades.
Para mí fue una gran suerte que Patricia consiguiera encontrar su valía a través del ejercicio físico y que disfrutara tanto realizándolo. Su amor por el deporte sobrepasaba las estigmatizaciones, prejuicios y condicionamientos sociales. Su entrega era total.
Su capacidad de respuesta, su tenacidad y su perseverancia era digna de admirar y supuso una mejora en todos los aspectos de su vida. Mejoraron sus relaciones personales, sus amistades fueron cada día más solidas y fue capaz de transformar positivamente su propio entorno.

Por ello agradezco tanto la oportunidad que el colegio adaptado le ofreció a Patricia y al resto de niños con problemas similares. Agradezco infinitamente la paciencia y la entrega de todos y cada uno de  sus entrenadores y monitores personales. Agradezco  el apoyo de todos los padres y familiares que tuvieron la fuerza y el coraje suficiente como para enfrentarse a los prejuicios sociales y que permitieron poder crear y creer en la fundación deportiva para niños obesos. Y agradezco tanto a mi hija Patricia todo lo que he aprendido sobre los valores reales de la vida y todo lo aprendido acerca del deporte y como éste puede hacer mejorar la calidad de vida de las personas cuando se practica con gozo  y alegría.

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